Se sufrió, se peleó, se puteó y se bajó la vista para que los nervios no le ganen a los cuerpos sedientos de alegría de millones de hinchas de Racing que, en cualquier lugar del mundo, vivieron el partido como el último de sus vidas.
Muchas generaciones de fanáticos académicos no olvidarán nunca lo que sucedió hoy en el Cilindro. Después de 32 años, una de las instituciones deportivas más grandes de Argentina vuelve a lo más alto del plano internacional, de la mano de un ídolo como Gustavo Costas.
Las pasiones se hacen, pero también se heredan, y en un país tan pasional como este, no se negocian. 55.000 almas colmaron hoy el estadio Presidente Perón en busca de historia, y la encontraron. Juanfer Quintero se transformó en el héroe de esta relato que, por momentos, fue trágico y de terror, pero se convirtió en una historia de amor que quedará grabada en los libros.
“Racing es la gente que siempre me acompañó de chico. Me cuidaron, me educaron, me enseñaron mucho. Y hoy estuvieron acá”, declaraba melancólico Bruno Zuculini, quien nació con una pelota bajo el brazo en el Tita.
Desde el predio hasta Europa, desde Rodrigo De Paul a Juan José Pizzuti, todos los hinchas de este club están viviendo historia pura de la mano de un equipo que no defraudó dentro de la cancha. Cada pase, cada jugada, cada gol, resonó en los corazones de todos los racinguistas, de los que están y de los que ya no. La emoción no se puede medir, pero sí sentir, y hoy verdaderamente eso pasó: cada grito de gol, cada lágrima de alegría brotó con sinceridad de los ojos de los que nunca dejaron de creer.
Hoy, Racing no solo ganó un partido, sino que recuperó su lugar y demostró que, con carácter, los sueños pueden hacerse realidad. La fiesta en el Cilindro no fue solo por la victoria, sino por el renacer de una pasión que une generaciones, una pasión que se lleva dentro y que hoy desbordó de alegría.